Ya llegó la noche y mi madre me llama por teléfono para que vaya a buscarla a la estación de Wilde. Mientras cierro el portón de la casa, siento mucho frío y veo que hay una leve neblina. Guardo mis llaves. Esta neblina se extiende por las dos cuadras que tengo que recorrer hasta toparme con el predio de aguas argentinas, por la calle las Flores.
Espero unos minutos, caminando en círculos, hasta que el colectivo llega. Ella baja y caminamos hasta nuestra casa. Mientras volvemos, charlamos sobre la neblina.
- Hoy a la mañana era peor, no se veía nada.- dice mi madre.
- Mmm, sí. Cuando salí… noté que había neblina… supuse que hoy a la mañana también hubo.- respondo balbuceando.
Llegamos a nuestro hogar, y no pensamos que luego este evento ordinario se convertiría en el tema más importante de la semana, de la siguiente y al parecer de las próximas.
Al día siguiente, la neblina continuó. Pero era diferente, lo que ayer era un simple aumento en la humedad, hoy era una cortina de hierro que amagaba a cerrarse frente a nosotros para dejarnos ciegos.
Como todos los días, preparé mi bicicleta para partir a la universidad. Lugar donde, leería algún que otro texto, libro o novela, donde me encontraría con amigos y compañeros, lugar donde más tarde me enteraría de las causas de la misteriosa y persistente niebla que nos devoraba.
Es tarde, ya anocheció. Salgo de las clases. No me sorprende no ver ninguna estrella en el firmamento, la sorpresa es ver que las nubes son más oscuras que de costumbre. la neblina es mucho más densa que ayer y sobre todo su extraño olor. Camino presuroso, confundido.
- Tal vez haya un incendio cerca.- pienso.
Retiro mi bicicleta del estacionamiento y me monto en ella. Pedaleo velozmente, por caminos secretos hasta arribar a mi destino ulterior. Mientras abro el portón de mi casa, noto que, aquí, al igual que en todo el trayecto, también sigue la neblina así como el hedor a quemado.
Mi garganta se siente un poco rara, pero no es nada grave.
Siendo las 17 horas, treinta minutos antes de entrar a cursar, mis amigos y yo nos juntamos a charlar sobre nuestras vidas. Uno comenta su pesar sobre este nuevo suceso climático.
- Cómo me duele la garganta. Viste al tragar. Me arde mucho. Encima que, a veces, me lloran los ojos y me duele la cabeza. Hoy no quiero entrar a ninguna clase y menos mañana.- dice tomándose la cabeza la señorita Mercado.
- Y debe ser porque estas mucho tiempo afuera, yendo y viniendo por todos lados.- respondo tratando de adivinar.
- Igual, siempre ando mal a esta altura del año. Me dijeron que están quemando pastos por Entre Ríos o Rosario, no sé. Por eso tanto humo. –
- Bueno, igual, hoy voy a leer el diario que vi una nota sobre eso y después te cuento […].-
Pasan unos minutos y nos despedimos. Entro a cursar, discutimos varios temas y tomamos notas varias. Me despido y subo al primer piso, subo unos pocos escalones para entrar a la biblioteca. Allí, me siento en un sillón y leo un diario, el mismo en el cual se menciona en tapa “La causa es la quema de pastizales”.
En ese momento, me entero de como se deberían realizar estas quemas de pastizales y de cómo se están realizando fuera de temporada y de control, por agentes desconocidos.
Varios días más tarde, se justificarán, primero, como actos de represalia por parte de los insatisfechos productores del campo, y segundo, por actos vandálicos de tres individuos.
Pero ya es tarde, para seguir reflexionando debo entrar en la siguiente materia.
Es mi primer día libre en semanas. Tengo todo planeado desde hace mucho, pero al levantarme noto que las cosas empeoraron. Me llega un mensaje de mi madre para que cierre todas las ventanas y ponga trapos húmedos bajo las puertas, según recomendación de ciertas autoridades.
Apenas es visible la calle de enfrente. Prendo el televisor y me entero que los rumores sobre la quema de pastizales, en el Delta, son ciertos. Los constantes accidentes que se suceden en diferentes rutas del país, en especial la ruta nacional 9 me sorprenden. Pero, de todas maneras, logro realizar disfrutar del día. Paseando, viendo locales, visitando amigos, visitando amigas. Con mucho tiempo de sobra, estando de paso, decido parar en la Universidad de Quilmes, a ver como andan mis compañeros.
Me detengo en un banco, me siento bien. Pasan unos minutos, me empieza a doler la cabeza. Al parecer, el mayor problema es estar quieto aspirando ese aire viciado. Me encuentro con una amiga, me dice que todos faltaron. Mi condición empeora, sólo espero el momento de llegar a casa.
Me lloran los ojos. Los cierro por unos segundos con fuerza y luego la comezón cesa. Me siento en el sillón y prendo la televisión, aparecen tres supuestos sospechosos de los incendios. Suena sospechoso que ahora hayan aparecido responsables, en medio de las negociaciones entre el gobierno y el campo, sobre las retenciones a las exportaciones de soja.
Sólo espero que de verdad cesen los incendios, sean actos de presión al gobierno, sean descuidos de agricultores o sean actos vandálicos, y que podamos finalmente disfrutar de los pocos días soleados que hay en este otoño, este extraordinario y caluroso otoño.
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